El Obispo de Roma, Papa Francisco, el pasado 13 de junio realizó un llamado a toda la Iglesia bajo el lema No amemos de palabras sino con obras. En él propuso la I Jornada Mundial por los Pobres que se celebró el día 19 de noviembre. Nos convocó como comunidad cristiana a detener nuestra mirada en aquellas personas que más sufren las consecuencias de un mundo desigual.
Desde esta propuesta del Papa Francisco invitamos a todas las familias a tener un espacio de oración el día domingo 19 para pedirle a Jesús por cada una de las personas que sufren la pobreza. Por otro lado, durante este año, en el Colegio, se realizaron varias acciones solidarias y de encuentro con personas que viven situaciones de pobreza, algunas de ellas son:
- Visita y colaboración con la Fundación SI (3ro – Nivel Medio)
- Tarde de juego en la “Casa del Niño” de la Diócesis de Quilmes (4to y 5to año – Nivel Medio)
- Visita y acompañamiento a un geriátrico del barrio (2do año – Nivel Medio)
- colaboración con la Noche de la Caridad organizada por la Parroquia Resurrección del Señor donde se comparte con las personas en situación de calle (5to año – Nivel Medio)
- En el marco de la propuesta de vida del mes de octubre, el Nivel Inicial realizó una recolección de juguetes que fueron compartidos con los niños de la Escuela Infantil Cura Brochero.
Extracto del Mensaje del Santo Padre Francisco llamando a la I Jornada Mundial de los Pobres
19 de noviembre de 2017
No amemos de palabras sino con obras
«Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).
Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.
[…] «Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados.
[…] No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica.
[…] Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.
Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados.